MERKEL MENEA A EUROPA.
Angela Merkel, la única mujer que hoy aparecía en la foto de familia de los líderes europeos que celebraban el 50 aniversario del nacimiento de la Unión Europea, es la única líder europea que está siendo capaz de poner en marcha nuevamente la Unión. Los resultados logrados por la canciller alemana y presidenta de turno de la Unión son modestos, pero vista la situación actual, son todo un logro. Al menos, algo se ha movido en el corazón de Europa tras meses de parálisis.
A fecha de hoy, cuando celebramos los 50 años de la firma del Tratado de Roma que dió origen a la actual Europa, los ciudadanos europeos andamos perdidos, desorientados. Europa, se busca a sí misma, entre los europeístas convencidos, entre los que me incluyo, y los euroescépticos. Lo peor es que esta división se da más entre los propios líderes europeos que a nivel de calle, según las diferentes encuestas que se manejan en Bruselas.
De hecho, muchos europeos, ante la situación actual, nos preguntamos cuál es el futuro de la Unión, que camino debemos tomar para desatascar esta situación de parálisis, y sobre todo, para enfrentarnos a los problemas de este mundo globalizado, y a los grandes retos que se nos plantean, como la inmigración, el terrorismo global, o el papel de Europa en el mundo.
Lo más grave de esto es que, lejos del entusiamo con que entramos en la Comunidad Europea países como España, Portugal o Irlanda, los nuevos países adheridos lo han hecho sin entusiamo y con grandes dosis de euroescepticismo por parte de sus líderes.
Conocida por todos es la postura británica respecto a Europa y el modelo que preconizan respecto al Viejo Continente. Holanda, o Francia, dieron un no en el referendum sobre la Constitución, aunque fuera por considerar que el nuevo tratado no protegía de forma clara los derechos sociales de los ciudadanos, o como forma de castigo al gobierno francés. Nada que no pueda salvarse, porque según las encuestas, una mayoría aplastante de las sociedades de estos dos países se sienten profundamente europeas.
Pero los gobernantes de Polonia y Chequia, dos países que están prácticamente recién adheridos, no paran de poner pegas y obstáculos a todo. Incluso Francia y Holanda, con sus respectivos No a la Constitución Europea, han puesto de su parte para tratar de firmar un documento de consenso en el 50 aniversario de la Unión. No es entendible las ansias de entrar a la Unión de países como Polonia, para, saltándose el deseo de avance de los miembros más antiguos, poner obstáculos a cualquier decisión que se tome desde Bruselas.
De seguir así, solo quedará el camino de hacer una Europa a dos velocidades. Está bien claro que hasta este momento, las sucesivas ampliaciones de la Unión han sido un éxito. España o Irlanda, por poner dos ejemplos, han pegado un importante cambio tanto cualitativo como cuantitativo desde su ingreso en la entonces Comunidad Europea, superando incluso sus recelos europeístas de no hace muchas décadas y poniendo sus niveles de renta a la altura del resto de países de la Unión.
Pero las últimas ampliaciones están siendo un completo fracaso que están frenando en seco el avance de la Unión y la solución de los problemas que nos afectan a los 600 millones de europeos que vivimos en esta isla de seguridad y bienestar.
Las últimas ampliaciones, además se suponer importantes recortes económicos a estados miembros como España, han supuesto un frenazo en seco del proyecto común europeo. El líder checo mantiene pulsos constantes con Bruselas. Por no hablar del gobierno polaco, quien no contento con lanzar andanadas contra Bruselas, se atreve a intentar sacar leyes de dudoso respeto a los derechos más fundamentales de los ciudadanos de la Unión, como la que pretende que los profesores gays dejen de ejercer la docencia. Da la sensación de que los dirigentes de estos dos países recién llegados a Europa y a la propia democracia, lo único que quieren con ese desden es sacar los fondos estructurales y las ayudas de la Unión y aumentar su ultranacionalismo.
Europa debe tener claro sus objetivos para poder resolver sus problemas internos y para enfrentarse a los nuevos planteamientos de la geopolítica internacional, en la que los europeos deberíamos tener mucho que decir, pero donde tenemos una situación de debilidad latente.
Quizás la solución sea por una Europa a dos velocidades, una Europa de primera, con los viejos socios y aquellos nuevos que quieran unirse, y otra segunda Europa, no tan integrada, y mucho más a su aire, donde se tengan meros acuerdos puntuales. Europa no puede perder el tren. China, Estados Unidos, y otras potencias emergentes como la India se nos comen el terreno. Y no podemos quedar descolgados de esta bella idea que es la Europa Unida, una Europa no sólo como potencia comercial y económica, sino una Europa con una sóla voz en el exterior, un espacio común de seguridad y democracia en el que todos los europeos nos sintamos seguros, y orgullosos de vivir en él.
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