ATARDECER EN EL RÍO
Eran casi las 10, y el sol comenzaba a decaer mientras el cielo se teñía de rojo. Hacía una temperatura agradable, y la orilla del Ebro estaba llena de parejas viendo atardecer.
Un atardecer en una ciudad que había redescubierto no hacía mucho que el sol se ponía, y que además, no hacía falta irse hasta el mar para disfrutar de bellos atardeceres. El sol se ponía allí, en el corazón mismo de la urbe.
Esta escena me retrotraía a tiempos pasados, a puestas de sol a la orilla del mar, o en el palacio de Oriente de Madrid, disfrutando de ese espectáculo único que nos brinda la naturaleza a todos aquellos que quieren o saben disfrutar de ella.
Y ahora, me sentía un privilegiado, pudiendo disfrutar de unos atardecer magnífico a orillas del Ebro, con la Torre del Agua y la pasarela de Manterola como fondo de esa enorme variedad de colores rojizos que se extendían sobre el horizonte. Sin duda, un lujo para una ciudad que ha vivido demasiado tiempo de espaldas a su río.
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