CONDENA INTERNACIONAL.
Lo que todos temíamos, ha sucedido. La Junta Militar que gobierna la antigua Birmania, ha respondido con disparos a las protestas pacíficas de monjes y ciudadanos en Rangún, causando al menos cuatro muertos. Las dos fuerzas imperantes en el país, monjes y militares, se cuentran enfrentadas desde hace meses por la subida del coste de la vida y por el maltrato sufrido por los monjes a manos de los militares.
En este momento, la antigua Birmania se encuentra aislada del resto del mundo. Con las redes de comunicaciones casi cortadas y prohibida la entrada de periodistas, las noticias sobre la revolución azafrán llegan con cuenta gotas. Lo que si sabemos es que la policía abrió fuego contra los manifestantes, y que la líder opositora Aung San Suu Kyi, premio nobel de la paz en 1991 y recluida bajo arresto domiciliario desde el 2003, fue trasladada a una cácel el domingo. Estas primeras represiones deberían preocupar a la comunidad internacional, dado que los militares acabaron con la vida de 20.000 personas en unos disturbios parecidos hace 20 años. Y en este país, las cosas no han cambiado demasiado.
La antigua Birmania acumula ya sanciones económicas desde hace décadas. Pero la Comunidad Internacional debería presionar aún más a los déspotas que gobiernan este país y que en nada se preocupan por los habitantes que dicen gobernar. Es más, el país figura en el puesto número uno en la lista de países más corruptos del mundo.
Las grandes potencias mundiales instan a la Junta Militar a poner fin a la violencia contra los manifestantes. Pero falta contundencia y medidas más duras para proteger a los monjes y a los miles de ciudadanos que los apoyan en lo que se conoce como la "revuelta azafrán". Unos monjes que no usan la violencia y cuyas únicas armas son las resistencia pasiva y la oración. Ahí quiero ver yo a Bush o a Sarkozy haciendo lo imposible por proteger a los manifestantes y en trabajar por instituir la democracia en este país asiático.
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