ALTOS EN EL CAMINO.
Hay veces en la vida, en los que merece la pena hacer un alto en el camino. Valorar lo que tienes a tu alrededor, meditar en que inviertes tu tiempo y tu esfuerzo. Ser consciente de las chorradas en las que puedes llegar a perder el tiempo. Aunque muchas veces, es la propia vida la que te obliga a detenerte brusca y cruelmente.
No hace mucho rato, han llamado a mi madre para decirle que había fallecido la hija de unos buenos amigos suyos de Cataluña. Una joven de 32 años que ha perdido la vida en la carretera. Una joven con toda una vida por delante, llena de proyectos, de ilusiones. Y de repente, nada.
Muchas veces perdermos el tiempo comiéndonos la cabeza por un problema del trabajo, o por una discursión con un familiar. Nos amargamos nosotros solitos por tonterías en general, por cosas que todavía no han pasado, y que nadie sabe con certeza si pasarán. Concentrados en nuestro propio ombligo, mientras en el mundo hay gente que sufre de verdad.
Es lo que tiene vivir en un país occidental. Perdemos la perspectiva de las cosas, acomodados como estamos en nuestras burguesas vidas. Perdemos la visión global de las cosas, y el concepto de la muerte y del fin se esconden detrás del escenario en que hemos convertido nuestro desarrollado y materializado mundo. Cuando uno no tiene que preocuparse de si tiene algo que comer para no morirse de hambre a diario como sucede actualmente en África, surgen preocupaciones banales por todos sitios.
Estamos educados en una cultura que obvia la muerte, en la que nos hemos divinizado a nosotros mismos, olvidando que la naturaleza puede con todos nosotros. O que nuestra propia sociedad puede con nosotros en muchas ocasiones. Olvidamos que somos seres humanos, seres de carne y hueso que mañana puede que ya no estemos aquí, aunque nos creamos eternos e inmortales. Da igual que sea en un accidente de tráfico, que en un huracán, un atentado terrorista o un tumor. El resultado es el mismo. Vidas truncadas de repentes.
Pasamos horas metidos en nuestros trabajos. Horas que quitamos a estar con nuestra familia, con nuestra pareja, con nuestros amigos.
Y mientras perdemos el tiempo en trabajos, disgustos, y preocupaciones banales de cualquier tipo, hay toda una vida esperándonos. Una vida que merece la pena disfrutar, porque en cualquier momento puede evaporarse.
Quizás es algo de lo que no seamos conscientes del todo, inmersos como estamos en la cultura del hedonismo.
Yo por suerte, hace algún tiempo que hice un alto en el camino. He recuperado viejas aficiones, como la fotografía, el cine, o el placer de disfrutar de una tarde viendo una exposición, tomando una caña con amigos, pasar una tarde en casa escuchando música o leyendo, o paseando por el casco viejo disfrutando en solitario del bullicio callejero y del ambiente de la gran ciudad. En defintiva, disfrutar un poco de la vida.
La pena es que hay gente que no sabe apreciar los pequeños detalles que hacen que la vida sea más agradable y que merezca la pena vivirla. Y lo que es peor, gente rastrera con una vida tan sumamente triste que se dedica a complicar la vida a los demás, como si la vida no fuera ya de por sí suficientemente dura.
Disfruta de la vida, aprovecha cada momento de felicidad, de compañía con la familia, con la pareja, con los amigos. Se feliz, vive. Pero sobre todo, deja también vivir y ayuda a los demás a ser felices. Nunca se sabe que nos puede pasar mañana.
3 comentarios
lorena -
Chusqui -
Laura -