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LENGUA DE TRAPO.

EL GRAN OLVIDADO

EL GRAN OLVIDADO

Seguramente, cuando Juan José Ibarretxe se imaginaba en su cabeza las reacciones que provocaría su referéndum, nunca se imaginó el escenario actual.

Probablemente, Ibarretxe se imaginaba en sueños su referéndum como un gran cataclismo que removería al conjunto de la sociedad y que haría temblar a los cimientos del Estado.

Probablemente, se imaginó que el PP sacaría toda la artillería pesada contra su proyecto independentista, al igual que el Gobierno socialista, mientras él, al frente de su Gobierno, aguantaría cuál galo ante el invasor romano la ofensiva centralista.

Probablemente, se imaginaría también que su proyecto, una vez debatido y aprobado en la Cámara Vasca, derramaría ríos de tinta en los periódicos, y sería titular de las televisiones, además del centro de las tertulias radiofónicas, donde los contertulios que todo lo saben desplegarían sus dardos para disparar sin compasión contra el PNV.

Y quizás también pensaría que el tema se convertirían en el centro de las conversaciones de todas las ciudades y pueblos de una España que estaba a punto de llegar a su fin tal y como todos la conocemos.

Pero uno planifica, y Dios, o el destino, dependiendo de las creencias de cada uno, impone por donde van los hechos, nos guste o no nos guste.

Juan José Ibarrexte, el gran olvidado de estos días de telediarios, radios y periódicos, ha topado no con Mariano Rajoy, ni con María Teresa Fernández de la Vega. El pobre de Ibarretxe ha topado con el triunfo de la selección española en la Eurocopa.

Un triunfo que ha llenado de patriotismo y de banderas españolas buena parte de la Península Ibérica, de norte a sur y de este a oeste. ahogando en un mar rojigualdo la propuesta soberanista de Ibarretxe.

Con la victoria española, Ibarretxe se ha convertido en el gran olvidado. En ese gan personaje con ansias de protagonizar un eposodio histórico, y que al menos de momento, ha quedado reducido a una ramita que se ve arrastrada por un torrente de emociones futboleras.

Y es que nada ni nadie puede con el fútbol ni con las pasiones que despierta. Ni siquiera el proyecto soberanista de Ibarretxe. 

 

 

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